Uriel Flores Aguayo

 

Se acabó. Se cumplan o no los seis años, con eso que se promueven para saltar al gobierno federal, el caso es que se acabó esta tortuosa administración estatal veracruzana. Para el olvido. Fueron seis años de ocurrencias e imitaciones. Se destacan por la frivolidad y el nepotismo, envueltas hasta la saciedad con patrimonialismo grupal y familiar. Sin recato alguno. No omitieron la faceta represiva: persecuciones y cárcel a los opositores, más maltrato a quien se atravesara.

Nula calidad democrática. Sin división de poderes es inevitable el abuso y la corrupción. Legislatura sin debate, en papel de aplanadora. Poder judicial sin poder para la justicia, pero pronto para la persecución por consigna. Sin división de poderes se nulifica el Estado de Derecho; la ciudadanía queda expuesta a cualquier tipo de abusos. No se puede hablar de democracia plena sin elecciones libres y con organismos electorales nulificados en su independencia. No hay elecciones libres con una mezcla de gobierno-partido, que utiliza los recursos públicos para ganar-comprar votos. No son gobernantes democráticos, son iguales o peores que los del pasado tricolor. Sin trayectoria ideológica ni convicciones democráticas, donde hubiera tolerancia y absoluto respeto a la pluralidad, simulan y ejercen de lo que sea; intercambian demagogia por la pasividad social.

Sin obras útiles socialmente, sin promoción turística relevante, sin mayor seguridad, sin avances educativos, con un analfabeta en la SEV, estamos ante un gobierno fallido, intrascendente y prescindible. Lo fallido se refiere a sus pobres resultados en todo y a su impostura como una supuesta izquierda. No demostraron nada nuevo, algo que los reivindicara como gente de izquierda. Fueron más de los mismo, de corte tradicional, pero más barato. Están para el olvido. Por cierto, salvo el ejecutivo de nada que sale seguido a imitar las “mañaneras”, las cabezas del morenismo están ausentes del debate público; lo más común es que descalifiquen y minimicen a otros actores políticos y sociales.

El rostro real de esta administración está en los baches de las carreteras, en los atracos policiales y en las carencias de salud. Lo de las carreteras es evidente y constatable por millones de personas, revela la gravedad de huecos en el presupuesto: los desviaron o se lo robaron. Lo de los abusos policiales es generalizado, indica toda una política institucional; incluye a los elementos de Tránsito y el uso de grúas. Han saqueado a manos llenas. No es una policía para la seguridad ciudadana ni de respeto a los derechos humanos. De salud da hasta pena hablar, iniciaron con un folclórico titular que se paseaba con bata hasta en las calles, para volver normalidad la precariedad en casi todo; una muestra concreta es la torre pediatra.

No hubo políticas públicas innovadoras y abiertas a la ciudadanía; no hubo transparencia, la Contraloría es un florero. Fusionaron al gobierno con su partido, esclavizaron a los servidores públicos, derrocharon en campañas y se dedicaron al disfrute sin límites del poder. Fueron más clientelismo, fueron más corporativos e inauguraron un desproporcionado patrimonialismo. Son nuevos ricos y se comportan como una nueva clase política. Sin trayectorias destacables, lo que hacen, tal vez sin saberlo inicialmente, es fingir una posición de ideas que, por supuesto, no entienden.

Se van al olvido. Descansaremos de las barbaridades que sueltan a cada rato. Ya no habrá más grotescos y malos ejemplos para las nuevas generaciones. Es de esperarse una renovación en el nuevo gobierno. Sin esperar milagros, al menos que vuelvan el decoro y el respeto a la gente y a la palabra.

Recadito: un consejo no pedido sería que rompan con los ciclos de la polarización inútil.

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