Uriel Flores Aguayo

 

Sombríos, oscuros, inciertos, tristes, preocupantes, de pronóstico reservado y de cierta irracionalidad son los tiempos que corren en México. Se perdieron las líneas divisorias de lo bueno y lo malo, de la verdad y la mentira, del pasado y el futuro. Hay una prisa desbordada desde el poder y una calma rutinaria y de somnolencia de la mayoría de la sociedad. En el delirio el caudillo piensa que solo en México se puede hacer algo que nadie practica en el mundo.  Su audacia unipersonal recibe la adhesión entusiasta y desinformada de la clase política oficial, sin cuestionamiento alguno como no podría ser desde filas convenencieras y oportunistas. Se beneficia esa ruta a destajo de la debilidad opositora, tal como resultó de la elección reciente. En las formalidades legislativas cuenta la correlación de fuerzas para definir votaciones. Es algo concreto y claro. Los sectores afectados con la desmesura y la sociedad civil organizada resisten en evidente desventaja, pero deja testimonio y causa costo político al oficialismo. Los cambios de régimen no cuentan con el consenso nacional, no tienen respaldo electoral suficiente ni media diálogo plural. La realidad es que vencen, pero no convencen. Con esas endebles bases los cambios impuestos tienen dudoso futuro.

La prisa de tipo fundacional, dirán revolución o transformación, crea caos y muchos ruidos, descuida formas y deja huecos. Subyace un afán monárquico con sus respectivos lacayos. No es difícil concluir que todo saldrá mal. No llegará la justicia y si mil inconvenientes; no habrá aparato de justicia, pero sí mucha propaganda. La ruta nítida es la de un país bananero.

Es bochornoso y morboso ver las maromas de los que saben de derecho o eran opositores defender algo tan irracional e ilógico. No tienen argumentos, no pasan de la simulación o de repetir frases hechas y huecas. Todo es por poder, para concentrarlo y asegurar largo ejercicio con una visión excluyente. No es para bien. No es por justicia.

Es inevitable la desmoralización ciudadana, al vivir derrotas tras derrotas, al ver con impotencia que sus defensores son débiles o se venden. Que con todo y movilizaciones aparentemente no cambia nada. Todo eso es explicable y normal. Más aún con la prepotencia cobarde de la mayoría, nada generosos y progresistas. Pero ese estado de pesar y confusión será pasajero, vendrán otros momentos luminosos, siempre habrá focos y líderes de la resistencia. Se encontrará el camino de las alternativas. La historia da cuenta de experiencias mucho peores de las que los países han salido adelante. Nunca faltará un hombre o una mujer desprendidos de toda ambición material y personal, con valor y convicción, con espíritu de sacrificio y aires heroicos que den la cara y luchen por ideales, que hagan todo por ser libres y vivir en democracia. Que nadie tenga duda de eso.

Recadito: sapos gigantes se tienen que consumir en Veracruz.

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