Uriel Flores Aguayo

 

El equivalente de una elección de Estado es el robo de la elección y el fraude. Su efecto mayor es el debilitamiento o la pérdida de la democracia. Tenemos ejemplos en América Latina que nos permiten hacer comparaciones. Eso está en curso en México. Las elecciones actuales nos colocan en la simple disyuntiva entre autoritarismo consolidado o democracia. Lo primero tiene que ver con una presidencia imperial, sin división de poderes y sin Estado de Derecho; tiene que ver con partido casi único, con elecciones simuladas, con “ideología” oficial, con violación de los derechos humanos y un régimen de terror. Lo segundo es elecciones libres, pluralismo, libertades plenas y desarrollo.

El partido oficial y su Caudillo no lo ocultan, van por el poder absoluto. Con la suma del regular nivel de popularidad presidencial, las aspiraciones locales de sus candidaturas, el miedo y los programas sociales envuelven su verdadero proyecto, esto es, hacer de México una sociedad alineada con símbolos viejos y súbdita de una pandilla. Ya se vio que no son mejores, que resultaron vulgares ladrones y demagogos; su retórica poco puede tapar de sus escándalos. Sin esa máscara, se mostrarán en su real dimensión prepotente y abusiva

. Son una caricatura sin ideales ni buenas intenciones. Son la suma de pequeñas ambiciones y una abrumadora mayoría de ignorancia. Son, para efectos de registro histórico, una farsa.

La elección en curso a nivel nacional no se reduce a apoyar a determinadas candidaturas; no es cuestión de simpatizar con una o con otra. Es algo mayor y más importante. En esencia es perder o mantener la democracia; es pensar en un futuro decente, sano y libre para nuestro país.

Igualmente, la elección en curso en Veracruz no trata, sustancialmente, de apoyar a Pepe o a Nahle; es mucho más que eso. Es definitivamente cambio o continuismo. Es ser indiferente o permisivo con el peor gobierno que ha tenido Veracruz en términos de capacidad y resultados. Tampoco es asunto exclusivo de partidos, de apoyar a uno u otro, es cuestión de la ciudadanía. En votar masivamente y hacerlo correctamente se nos va la vida. Hemos padecido a una pandilla de “adolescentes” que jugaron con el poder, que cometieron todo tipo de abusos y excesos, y que se dedicaron a todo, pero menos a gobernar. Como resultado tenemos un Estado cundido de violencia, sin obras, mal administrado y con resultado desastrosos en salud y educación. A eso, sin cimientos, le quieren poner un segundo piso que, sin duda, se caerá pronto. La encargada de la segunda etapa de la obra está salpicada de corrupción en grado descomunal. Traicionó su adhesión a la austeridad y la trasparencia y dio muestras de una peligrosa y vulgar ambición. Peligrosa porque supone un comportamiento perverso e ilegal; si hacen eso, pueden hacer cualquier cosa para mantener sus privilegios.

Estamos ante un oficialísimo corrupto y farsante, que se burla de las reglas y la gente. No se les debe permitir que sigan en el poder, son nocivos.

Comentarios aparte merecen los llamados “tontos útiles”, esos que voltean a otro lado mientras pasa frente a ellos el elefante de la degradación; esos que dicen que así es la política; esos que cuidan lo suyo, su interés, mientras un grupo mitómano o de caricatura, según el nivel, se presta a concentrar más poder en detrimento de la sociedad y la democracia. Los cómplices son los peores, porque todavía quieren pasar por neutrales o como los que no sabían. Merecen nuestro desprecio y ser tratados de acuerdo a su miseria moral.

Recadito: agua, agua y agua.

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