Uriel Flores Aguayo

 

Al no alcanzar el 3% de la votación el 2 de junio reciente el PRD pierde su registro legal. Su último tramo de existencia fue una agonía. No se renovó cuando era urgente, con esa actitud trazó el camino de su desaparición. Ese final era previsible.

El PRD fusionó al nacionalismo revolucionario encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, y a la mayoría de las izquierdas, desde la socialista, centralmente, hasta la social y la popular. Fue un partido que irrumpió poderosamente en la vida política de México. De muchas maneras aportó para la transición democrática de nuestro país; las grandes reformas electorales y el desvanecimiento del PRI como partido hegemónico tienen mucho que ver con el PRD. Fue un partido innovador y abierto a la ciudadanía: elecciones internas de dirigentes y candidatos, cuotas de género y acciones afirmativas, etc. Todo eso lo hizo ser original. Sus procesos internos degeneraron hasta volverse imposibles. Su férrea burocratización lo hicieron irse cerrando hasta volverse exclusivamente cupular. Desde su origen se desarrolló como un partido caudillista, primero con Cárdenas y, después, con López Obrador. Esa condición fue creando tensiones entre un proyecto de partido democrático y un poder unipersonal, a veces estatutario y otras tantas fáctico.

En cierto sentido se trató de un partido concebido como la plataforma de candidaturas presidenciales; los caudillos prefirieron que se viera como un movimiento, abstracto, a darle una vida institucional.

Dos momentos son claves en los inicios del declive del partido del sol azteca: 1997 en Veracruz, cuando Cárdenas y AMLO vetan a Ignacio Morales Lechuga, como candidato a la gubernatura; me parece que en general el PRD nunca se volvió a levantar en el estado. En ese tiempo, para la elección del 98, tenía la gubernatura a su alcance. El otro momento nacional es en el 2012 y 13 cuando firma el pacto por México; lo hizo sin consulta interna, cediendo su identidad. A partir de ahí fue visto como un partido gobiernista e inicio su imparable descenso hasta su extinción. Es paradójico que en la firma del pacto su presidente haya sido Zambrano, y en su pérdida del registro sea el mismo su enterrador. Esa presencia da cuenta de una crisis moral agregada.

Perder el registro en una elección nacional indica pérdida de votantes, ausencia de simpatía y carencia de militantes. Es dejar de significar algo importante para la ciudadanía. Siendo absolutamente lógico el desenlace los dirigentes burócratas no hicieron nada para evitarlo. Administraron su derrota. Los últimos tiempos del PRD fueron penosos, peleándose por todo en una actitud canibalesca. Sin banderas, sin convicciones y sin militancia se conformaron con disputar los despojos.

El PRD vivió 35 años, vivió de todo. Fue la esperanza de millones de mexicanos; fue oposición y fue gobierno en niveles municipales y Estatales; cerca estuvo de ganar la presidencia de la república en el 2006. Fue gobierno durante 21 años en el antiguo Distrito Federal. Fue partido de protesta y solidaridad también.

No da gusto su final, pero se entiende. Deja un vacío ideológico, más bien lo dejó desde hace algún tiempo. Con o sin el PRD México requiere de una izquierda democrática. Sin el, tendrá que surgir indispensablemente otra opción partidista que sea de izquierda y tenga vida institucional. Hay espacio social y ciudadano suficiente para dar sustento a un proyecto democrático. El partido en el poder al menos por ahora, mientras esté AMLO, no puede considerarse de izquierda.

Si sirve de consuelo, habría que esperar el informe y la autocrítica de los últimos dirigentes del PRD tanto a nivel nacional como estatal.

Recadito: Hagan algo para resolver la falta de agua en Xalapa.

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