En El Aleph. Festival de Arte y Ciencia, iniciativa de CulturaUNAM, Rodrigo Quian Quiroga fue el encargado de la inauguración académica con la conferencia magistral ¿Qué nos hace humanos?, donde dejó clara la distancia, enorme, que aún nos separa de la temida inteligencia artificial.

 

Rodrigo Quian Quiroga se educó primero como físico y matemático, pero su verdadera pasión era la neurociencia. Ésta lo llevó a estudiar, dicho de manera simple, el funcionamiento de las neuronas y cómo su trabajo nos permite relacionarnos con la realidad de manera física y mental, recordar y formar memorias, y cómo todo junto crea lo que llamamos experiencia.

Pero no sólo eso, más allá del trabajo científico puro, que realiza como investigador en el Hospital del Mar, de Barcelona, Quian canaliza la inquietud de escribir en el área de la divulgación con gran éxito y acercándose a motivos literarios o culturales como el cuento “Funes, el memorioso”, de Jorge Luis Borges, o a las películas de ciencia ficción, así podemos disfrutarlo en libros como Cosas que nunca creeríais o Borges y la memoria.

También es ampliamente conocido por ser el descubridor de la llamada “neurona de Jennifer Aniston”, es decir, reveló la dedicación de ciertas neuronas para representar conceptos abstractos específicos (en el caso de su experimento, ciertas neuronas de sus pacientes reaccionaban únicamente a la fotografía, el nombre escrito o dicho de una persona, tal fue el caso con una foto de la actriz estadunidense).

Ante la inquietud planteada por la pregunta que da título a su conferencia, Quian acota nuestra especificidad. “Los chimpancés no filosofan, no se plantean teoremas. Hay un salto cognitivo enorme entre los humanos y cualquier otra especie. ¿Qué hay en nuestro cerebro que hace esta diferencia? Es una maquinaria parecida a la de otras especies pero no funciona igual. Mi investigación está enfocada en encontrar cuáles son estos principios de funcionamiento del cerebro que son únicos del ser humano”, comenta Quian en entrevista.

Y, justamente, si llevamos el objeto de sus investigaciones al terreno de la inteligencia artificial, hay dos cosas que resultarían imprescindibles para que una máquina se compare con nosotros, que posea inteligencia general y que sea consciente de sí misma.

“¿Qué deberíamos implementar en una máquina para que pueda ser consciente de su propia existencia? Yo, hasta donde sé, no tenemos ni idea. No es que contemos con unos primeros atisbos, es que nadie sabe cómo hacerlo. Dicho esto, yo, como científico, no veo ningún impedimento para que suceda. No hay nada mágico en el ser humano que nos hace conscientes que no se podría replicar en una computadora”, explica.

“La inteligencia general implica que yo aprendo algo específico en un contexto específico y ese conocimiento lo puedo aplicar en otro contexto, sin entrenamiento. Yo salgo de mi casa, me pasa algo inesperado y puedo resolverlo a través de analogías, de inferencias. Gracias a mi capacidad de abstraer. Eso una máquina no lo puede hacer. Y otra cosa, si una calculadora se equivoca, la tiro a la basura. Pero nosotros aprendemos mediante equivocaciones también. Si no le permitimos eso a las máquinas ya las estamos diseñando distintas a nosotros. No sabemos aún cómo hacerle entender a una computadora cuál es la información que le va a servir para distintas actividades o en general y cuál es la que puede desechar. No existe un algoritmo para decidir eso”.

Sin embargo, los avances en inteligencia artificial no son los únicos sobresalientes que nos están llevando hoy hacia el futuro. Ahí están también las posibilidades clínicas de registrar la actividad cerebral mediante electrodos conectados al cerebro, tal y como hace el doctor Quian en sus pacientes con epilepsia, o la posibilidad actual de registrar la actividad no de una docena de neuronas sino de 10,000 o más en una vez.

“Ahora el problema es que esa información es apabullante, muy difícil de procesar, de manejar. Es un big data monumental. Con todo, ahora tenemos acceso a procesos cognitivos más interesantes”, afirmó.

Fuente: UNAM

Instagram
WhatsApp