Uriel Flores Aguayo

 

Estamos en el inicio vertiginoso de un nuevo régimen político. En poco tiempo será más claro y extenso. Es necesario definirlo correctamente y abrir el debate sobre sus efectos. El sueño de quienes ejercen el poder, así lo registra nuestra historia, en México y el mundo, es tenerlo sin mayores complicaciones, y por mucho tiempo. El discurso y narrativa del poder son exitosos en la medida de que cuenten con el respaldo electoral y social de amplias mayorías. Pueden concentrarse en las coyunturas casi exclusivamente y no tocar lo estructural.

Gobiernan para lo inmediato sin avizorar el futuro. Dedican demasiado tiempo y recursos en sus figuras providenciales, cuando es el caso. Algunos de sus rasgos más visibles tienen que ver con los monólogos, la carencia de autocrítica, cierto aire de superioridad o delirio de grandeza y la omisión sistemática de la pluralidad ideológica y política.

El análisis del régimen de mayoría hegemónica y de corte autocrático tiene que ser ideológico, político, jurídico, sociológico y comparativo en términos internacionales. No hay lugar para recriminaciones morales ni simplezas nostálgicas. Es lo que es. Desde el poder se sostendrá que todo es democrático, definiéndola como directa y popular y que su finalidad es el bienestar de la gente.

Esta postura es esencialmente engañosa pues las elecciones de lo que sea no cuentan con un sólido sustento informado y de convicciones. No ofendo al ciudadano, hay niveles de conocimiento, pero el entramado electoral sigue siendo asunto de propaganda y programas sociales, más de popularidad de las figuras convocantes que de ideas y propuestas. Eso es así en lo general.

La mayoría ahí está, es un hecho consumado; es obvio que la van a ejercer a plenitud. La revisión de esa condición política para una posible modificación de la correlación de fuerzas en diputados es hasta dentro de tres años; la presidencia y los senadores son de cargos sexenales. Quedan las gubernaturas y los Ayuntamientos como espacios de disputa, nada más. Quienes deseen hacer política partidaria únicamente tienen los partidos actuales o participar en las iniciativas de nuevos partidos. Siempre habrá la opción, más indispensable que nunca, de hacer política desde la ciudadanía; los campos para hacerlo son inmensos.

La mayoría en el poder no tiene garantía de perfección ni de unidad granítica; los une el poder y ya; les falta un proyecto firme que contenga conceptos y verdad. Siguen en el guion del personalismo y planteamientos huecos. Su mayoría es relativa entre los votantes y beneficiada con sobre representación.

No deberían omitir que hay un cuarenta por ciento de la población que no votó por nadie y que, de los que sí lo hicieron, un cuarenta votó por la oposición en la presidencial y un cuarenta y seis por diputados. O sea, la representación política no corresponde a las intenciones electorales de una sociedad que es evidentemente plural.

Cualquier autocracia en México, será ligera y contradictoria. Hay elementos que la limitan o rechazan; entre otros: los convenios internacionales, la libertad de prensa, las clases medias, las redes sociales y la multitud de organizaciones civiles de todo tipo, entre otros.

Insisto, esto no es de buenos y malos, de condenas morales. Es una realidad política. Llegamos hasta aquí por todo lo que dejamos de hacer o hicimos mal.

Quienes tuvieron poder deberían de hacerse cargo de la responsabilidad que tienen en el actual estado de cosas. Por supuesto que las fuerzas políticas se movieron para tener poder, algunas con más éxito que otras. De eso se trata la lucha política. Ya que la quieras adornar con exaltaciones u ocurrencias, es otra cosa. Normalmente se invocan causas colectivas y hasta heroicas para justificar el ganar y quedarse. No podría ser de otra manera. Hay mucho de engaño y amnesia colectiva.

La única ruta segura e indispensable es la de construir ciudadanía para tener una sociedad fuerte, libre, próspera y democrática. Necesitamos gente consciente de sus derechos, sujeta a las leyes y con la autónoma suficiente para decir sobre su destino. Es deseo que el anunciado segundo piso no tenga habitaciones de polarización, caudillismo, demagogia y menos de maximato.

Recadito: la idea es aspirar a una nueva forma de hacer política.

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