• El tacto reduce el estrés y da bienestar

Alejandra Carrillo González                      

Agencia Reforma

Guadalajara, Jalisco 17 noviembre 2024.- Una de las medidas más drásticas que se usaron en el mundo por recomendación médica durante la pandemia del virus SARS-CoV-2, fue la exclusión del tacto en las interacciones humanas.

 El cubrebocas y la sana distancia sustituyeron una de las más importantes funciones en las relaciones humanas.

 El tacto es el sentido más amplio y sensible del cuerpo humano, albergado principalmente en la piel, que es el órgano sensorial más grande. Contiene aproximadamente 5 millones de receptores que permiten detectar diferentes tipos de estímulos, desde caricias suaves hasta presiones fuertes. Este sentido no solo nos ayuda a interactuar con el mundo físico, sino que también desempeña un papel crucial en las relaciones sociales y emociones.

 Nuestra piel está llena de terminaciones nerviosas que no solo sirven para hacernos sentir acompañados y queridos.

 Desde los años 90 se ha estudiado a nivel internacional que los bebés, sobre todo los recién nacidos cuyas madres usaron una relación con más tacto involucrado durante el cuidado, tenían mejores habilidades visomotoras al cumplir un año de edad. Además, los bebés de madres que los tocaron con frecuencia tienen un desarrollo motor grueso más avanzado.

 De manera similar, se ha informado evidencia que sugiere que la angustia causada por ciertos procedimientos médicos puede reducirse sustancialmente al proporcionarle sacarosa al bebé, seguido de un abrazo más lactancia o un chupete administrado durante el procedimiento.

 «La relación de apego en los humanos, desde que son bebés, es muy importante para desarrollar seguridad, confianza e incluso para fortalecer el sistema inmunológico. Cuando un apego es seguro es porque hay contacto en abundancia de las madres o los cuidadores. Esto puede ser traducido en el abrazo, en cómo los arrullan para dormir y cómo los consuelan cuando viven experiencias difíciles», explica la doctora Isabel Rodríguez Sainz, Psicóloga del Centro Universitario de los Altos de la Universidad de Guadalajara.

 «Cómo nos relacionamos con el afecto físico se traduce en la forma de vincularse, relacionarse y comunicarse como adultos. El impacto de no tener un contacto físico y sano de apego podemos observarlo en muchos escenarios, en casos afecta incluso en la visión de los infantes, así de particular es el impacto que tiene desarrollar la confianza y la capacidad de mostrar afecto de manera explícita».

 El tacto, además, está relacionado con la liberación de serotonina y la oxitocina, conocida como la «hormona del amor», que se asocia con el bienestar emocional y la reducción del estrés. Investigaciones indican que las personas que reciben más abrazos tienden a tener niveles más altos de oxitocina y presión arterial más baja.

 Algunos estudios reflejan incluso que un toque amistoso puede aumentar la probabilidad de comportamientos altruistas.

El tacto está en todo

La ciencia avanza a pasos agigantados para entender el sistema del tacto y la forma en la que los humanos sentimos las temperaturas, los estímulos sensoriales y el dolor. Es complejo.

 En septiembre de 2024, investigadores de varias universidades de Estados Unidos, Suecia y Alemania publicaron un artículo científico que transformó la forma en la que la comunidad científica entiende las formas en las que sentimos.

 Lo hicieron a través de muestras de ganglios de la raíz dorsal (DRG) obtenidas postmortem de tres donantes humanos. Esto es importante porque hasta ahora estos estudios de la neurociencia se habían hecho en animales como ratones y monos.

 Con ello lograron identificar 16 tipos distintos de neuronas relacionadas con la transmisión de la sensación somatosensorial como el dolor, el tacto y la temperatura. Seríamos, según este estudio, los seres vivos que más neuronas utilizan para sentir, comparadas con otras especies, la humana tiene una ventaja en la capacidad de distinguir y procesar múltiples tipos de estímulos al mismo tiempo.

 Otros seres tienen afinadas las sensaciones para otros tipos de estímulos. Las aves y reptiles también tienen neuronas somatosensoriales especializadas para responder a estímulos importantes como la detección de depredadores a la distancia o el control de temperatura en climas intensos. Los invertebrados como pulpos y ciertos insectos poseen sistemas somatosensoriales sofisticados, aunque estructuralmente diferentes, que les permiten una percepción sensorial precisa en su entorno y que les permite sentir más claramente el dolor que otros animales.

 Durante la pandemia se hicieron varios estudios alrededor del mundo sobre la importancia del tacto, especialmente del abrazo.

 «Vivimos muchas situaciones de incertidumbre y miedo. Fue evidente la diferencia que vivían quienes podían acercarse a las personas con las que compartieron el aislamiento, a quienes tuvieron que vivir solos o solas», dice la profesora Rodríguez.

 «Descubrimos que darnos palmadas cuando más lo necesitamos puede mejorar la autoestima y reducir la ansiedad y el estrés».

 En Argentina, el científico social Marcelo R. Ceberio, en la Escuela Sistémica Argentina, concluyó que esto estaba causando también duelos problemáticos, es decir, trastornos y dificultades emocionales debido a la ausencia de abrazos y contacto físico, que impedían una despedida adecuada y el cierre emocional necesario para procesar la pérdida.

 Entre el Social Brain Lab y el Hospital Universitario de Essen hecha en 1984 sumaron más de 130 investigaciones con aproximadamente 10 mil participantes y encontró que los abrazos y las caricias pueden aliviar el dolor, la depresión y la ansiedad. Se destacó que el contacto piel con piel potencia estos efectos beneficiosos, sugiriendo que la frecuencia del contacto es un factor vital para mejorar el bienestar emocional.

El poder del roce

En adultos, muchos estudios han demostrado que el contacto social ejerce un efecto poderoso en el comportamiento de las personas e incluso en sus opiniones.

 En un experimento, llamado el Toque de Midas, de April H. Crusco y Christopher G. Wetzel, en la Universidad de Miami en 1984, estudiaron los efectos del toque social accidental en un restaurante. Las camareras, en su estudio, recibieron instrucciones de tocar brevemente a los clientes, ya sea en la mano, en el hombro, o no tocarlos al devolver el cambio al final de la comida. Crusco y Wetzel descubrieron que la «tasa de propinas» de los clientes era significativamente mayor en las condiciones de contacto que en la condición de no contacto.

¿Y si no me gusta que me abracen?

Todos los beneficios que la ciencia determina que tiene el tacto solo funciona cuando el contacto, el abrazo, por ejemplo, se quiere dar y se quiere recibir en igualdad.

 Hay abrazos que pueden tener un impacto negativo.

 Hay personas que no tienen tanto apego físico y que no disfrutan de los abrazos o las expresiones de contacto y hay quienes tienen condiciones de neuro divergencia como el autismo, para quienes el contacto físico puede ser más intenso y los abrazos una circunstancia angustiante.

 También puede ser un síntoma relacionado con el abuso físico o sexual no tratado o de aislamiento emocional.

 «Para muchos el contacto puede despertar recuerdos indeseables, para otras personas tiene que ver con un asunto de contención de emociones», explica la académica Isabel Rodríguez Sainz, encargada del Laboratorio de Psicología de CUAltos.

 «Sienten que si se dejan abrazar abrirán la puerta al llanto o a la vulnerabilidad».

 Si quien vive incomodidad quiere cambiar la manera en que se relaciona físicamente con los otros y las otras, la especialista recomienda identificar las causas por las que se repele el contacto físico para comenzar, poco a poco, a propiciar y promover que suceda de manera natural en las relaciones de confianza desde el consenso y la empatía.

 «Se puede hacer poco a poco. Reconocer qué pasa con mi propio cuerpo cuando yo me toco, cuando me sobo los pies, cuando me acaricio el cabello o los hombros. Reconectar con mis propias sensaciones y mis propias manos, para no sentirnos totalmente expuestas a las otras personas que pueden rechazarnos o pueden encontrar más difícil regular su contacto con los límites exactos», dice.

 Cuando no es el caso de que haya una neuro divergencia, la psicóloga sí recomienda atender el miedo al acercamiento, el miedo al abrazo desde la historia personal para que el contacto no cause dolor emocional.

 La también orientadora y educadora de la sexualidad señala que muchas de las conexiones referentes al tacto se aprenden desde la infancia. Muchos padres se preocupan por comunicarles a sus hijos el tacto y las muestras de afecto físico que están bien y las que pueden significar peligro.

 «Si focalizamos el tocamiento desde lo genital nos estamos perdiendo una gran oportunidad de decirles a los niños, las niñas y los adolescentes que puede poner límites si no quiero que me toquen la cabeza o los oídos hay que enseñarles a poner límites en términos de su cuerpo no solo en su genitalidad, es una buena oportunidad para decir que todos tenemos el derecho de decidir quién nos toca la mano, quien nos hace piojito, a quién saludamos de beso y a quién no pero que también tenemos derecho a sentir placer y no solo placer sexual, sino el placer de tener contacto con quienes nos sentimos cómodos», cierra.

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